Cita de locos para un loco amor bajo la lluvia
La oscuridad se sumerge en el eco absorto del silencio, recubierta de sombrías
alucinaciones intermitentes. La lluvia comienza a humedecer los cabellos
impregnados de aromas volátiles... Ausente de la lluvia, más allá de las nubes, no se
ve, pero se siente la luna, esencia de influencia indiferente al cálido y quebradizo
remordimiento de la indolencia. Luna llena, vestida con sus mejores galas, prisionera
de miradas perdidas en el cielo, cautivadora de momentos atrapados en esencias
esporádicas...
El loco no puede verla, pero no la olvida. En sus ojos de triste mirada, rebosa una
inmensa felicidad, destilada entre sensaciones de embriaguez incontrolada. Ingenua
descompresión de válvulas de escape, aforando sentimientos descatalogados del
teorema de Eros. Sus ojos titilan en la penumbra, bajo recortados suspiros de
impotencia inducida y gotas de esperada lluvia... Tantos años de reflejada
impaciencia, cuando de la lluvia se trataba, quedaban reducidos a un efímero instante.
Esta vez era superior la ilusión, reconfortada por el ansiado encuentro de su amor
platónico... Vanos ecos de casuales encuentros, vertidos entre cortinas de agua y
caricias perturbadoras de sensaciones lúdicas.
Detrás de su silueta, otra figura tímida, semioculta en su propia sombra. Una mujer
empapada de lluvia y cantos vesánicos de ingrávida verbosidad, que permanece
rígida, como aquel tibio y deshonroso mástil hundido en la neurótica prelación, para
poder flotar en la saña mar, rencorosa y cruel. Sus manos de azorado temblor, mecen
un ancestral violín, herencia virtual de sus antepasados, compañero inestimable de
improvisada expresión, reflejo de comunicación desconectada... Las notas evaporadas
del violín interpretado por la lluvia, se diluyen con el agua.
Comienza a moverse, jadeando los latidos de sus arterias lanzadas hacia el exterior.
Preludio de sonidos distorsionados...
Obertura en do mayor sostenido para violín sollozos y lluvia... La sinfonía ha
comenzado, entre el culto ilustrado de la melancolía, al compás de la constante
percusión de lágrimas temporales... Acordes ligados al noble sentimiento de la llaneza
exigible a un tierno corazón infantil, envuelto en escalas cromadas de un afecto
irreversible a las variaciones cósmicas.
Añoranza del olvidado recuerdo de confusa memoria que intenta establecer el punto
de partida. Oscura sensación atenazada por misterios cerebrales, perturbada por
impulsos visionarios, rescatada de una situación improbable.
Música de flautas y violines, sin vino ni rosas, sin previa presentación para la farsa y
el pavoneo, sin clarines ni trompetas que anuncien los desvaríos del delirio lastimado.
Desde lo más profundo, se evoca el amplio espejismo de la esperanza, quimera
profana del abatimiento, que suministra ventiscas de ardorosa fogosidad, palidecida
ante providenciales estructuras celulares desprovistas de estímulos vitales.
Colores ardientes, reflejos de acuarelas con matices difuminados en el lienzo de
lluvia. El violín ensordece a los demás instrumentos, pretendiendo romper el hielo
monótono acumulado en sensaciones amorfas, con una dosis de virtuoso lirismo
impensado. El tercer tiempo ha concluido, comienza el cuarto y último movimiento.
Ella se arrodilla, con los brazos extendidos, clavando la mirada al oculto cielo,
buscando el sentido responsable de la mortal existencia, pasajera vitalidad sin
descubrir todavía... Vuelven a resurgir las preguntas sin respuestas, los sucesos
imprevisibles de benévola imaginación.
Un grito lastimero quebranta la desafinada y esporádica armonía, un diáfano alarido
jamás escuchado por el prudente oído estúpido, desprovisto de la sutil delicadeza del
etéreo silencio, sin tonos medios, sin graves tonalidades, sin la aguda sutileza que
ecualiza un volátil pensamiento escuchado al azar. Pabellones de audición encerados,
insensibles a los cantos entonados desde el interior, carentes de la recepción adecuada
a los estímulos imperecederos...
Como la espuma que absorbe los más diminutos tallos de adolescencia, llorando los
desatinos perturbados, vertiendo los trastornos histéricos de evaluación truncada,
sollozando los enajenados rasgos del infortunio...
Entre despertares que avivan el mitigado estímulo, inducido inamovible a suscitar el
extravagante atractivo, comienza la danza del puro instinto, provocando el aliciente
morboso de sintetizar el sueño ardiente con alucinaciones de amor placentero...
Desplazamientos en espiral, provocando abanicos de agua, removiendo el aroma
purificado permeable al silencio baldío. Fábula de la vieja conseja, destilada desde
dentro, que evoca la suficiente dosis de adrenalina, como para relajar los músculos y
evadirse al afecto de la persona amada, con el deseo de esperadas insinuaciones
incontroladas.
En un paisaje ácuo de moléculas sin trabazón, adaptadas a cavidades de contenido
fragoso, vagando entre sábanas de lluvia y húmeda hierba fresca, en busca de la
perfecta pasión de ternura. Despojados de vestiduras inquisidoras, de livianos reflejos
instantáneos lubricados en una infundada inconstancia sofística, se intuyen reos del
virtual tiempo estable al desequilibrio... El sudor se evapora encima de sus cabezas,
condensándose más arriba, y volviendo a caer sobre sus cuerpos desnudos, bañados
de apetencias idílicas.
En mutuo arrebato, el elástico movimiento moldeable a dulces posturas de lujurias,
relajado temple danzante sin lugar de recogimiento adquirido, sin miedo al cobarde
desaliento fruto de tanto olvido provocado. Sus cuerpos, desde lo más profundo del
ser, se abren al maravilloso éxtasis provocado por el inequívoco signo revelador.
Jugosos fluidos de frescor vesánico en constante flujo de palpitaciones, acompasando
los latidos sincronizados propulsados por sacudidas armoniosas, sin
incompatibilidades prematuras que rasguen la coherencia.
Dilataciones devotas, refugiadas en las entrañas, prendadas del viril remedio a su
inhabitado placer, en espera de que el bálsamo ardiente, saturado en crisoles de
ternura, produzca el milagro de la vida... Apasionante flor, presa del fálico beso,
carcelera oscilante de sensible germinar con esencial excitación afectiva...
Dos cuerpos en busca del orgasmo cósmico, como sensación última, plenos de
conciencia pura transmitida por caricias esenciales... Férvido delirio que desaloja la
síntesis adquirida en el gozo palpable de lunática rotación amortiguada, sincera
ternura de perturbación sosegada, con síntomas de amor eterno que descubre las
sensaciones fecundas.
La sinfonía ha concluido, sin aplausos de público impaciente, sin remordimientos por
la ejecución de la obra, mientras la lluvia sigue saboreando las esencias amorosas,
entre sonidos latentes de notable pasión eterna. Ellos siguen abrazados en mutua
mirada, dulcemente, entrelazando sus iluminados ojos mojados, en su afán de
recorrer el último sudor que les separa del razonable universo...
Publicada en la Revista Literaria Alforja de Estaribel nº2. Primavera 1997
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